De libros y algunas personas que no pueden vivir sin ellos

Tesoros en la biblioteca de José Ribera

En 2006, con prólogo de Fernando Serrano Migallón, El Colegio de México publicó Los barcos de la libertad. Diarios de viaje. Sinaia, Ipanema y Mexique (mayo-julio de 1939). En este volumen, cuidado con sabiduría editorial por Antonio Bolívar, se reprodujeron los diarios en mimeógrafo publicados en tres de los barcos que condujeron exiliados de la Guerra Civil española a México gracias a la generosa política humanitaria del gobierno del general Lázaro Cárdenas. La iniciativa de crear esas publicaciones fue de la estadunidense Susana Steel, entonces esposa del pintor (y más adelante importante museógrafo) mexicano Fernando Gamboa, y representante a bordo de las autoridades del país de acogida. Escribió Steel en un diario personal durante el viaje del Sinaia:

Día 25 de mayo. (…) Existe gran depresión general (…) Insisto en que debe aparecer lo más pronto posible un periódico de a bordo como la forma más rápida y eficaz de orientar a la gente y levantar su moral. Se acuerda la aparición de un boletín (…)

Día 26 de mayo. Sale el primer número (…) y aunque es bastante raquítico produce gran contento entre los pasajeros (…)

Día 27 de mayo. Sale el número (…) con mayor número de páginas. Los viajeros lo acogen con verdadera ansia (…) Produce muy buena impresión esta actividad tan rápidamente organizada (…) La moral del barco se va mejorando con los pocos trabajos que hemos iniciado.

En esos folletos de distribución gratuita hechos en mimeógrafo por periodistas y escritores con considerable obra previa, se informaba sobre los acontecimientos en la Península, que se recibían por radio; sobre la historia, la geografía y las costumbres del país al que se dirigían esos emigrantes que en su mayor parte no tenían conocimientos de México; sobre actividades de entretenimiento como conciertos, recitales, conferencias y exposiciones que hacían menos penoso el viaje, y sobre la trayectoria o circunstancias de algunos pasajeros, incluyendo el nacimiento de niños a bordo. Se trataba de publicaciones periódicas tituladas con el nombre del barco respectivo, con artículos y poemas escritos al calor de lo que ocurría, en algunos casos ilustrados con dibujos, y que tenían, por su tosca apariencia y breve duración (16 ejemplares del Sinaia, 26 del Ipanema y 10 del Mexique) el aspecto de juguetes escolares. Pero su contenido versaba sobre aspectos profundos y conmovedores de quienes ya vivían el destierro de manera incipiente. Y, en otro sentido, esos diarios mostraron la voluntad creativa de un amplio grupo de intelectuales que, una vez en México, alentaría diversas empresas culturales.

Serrano Migallón calcula que en los viajes de esos tres barcos se trasladaron unos cinco mil exiliados. Uno de ellos era el catalán de Terrassa Ignacio Ribera Vilaseca, quien, como tantos otros que por la derrota republicana cruzaron la frontera de Francia, había sido recluido en un campo de concentración. De ahí lo liberó la diplomacia mexicana, que lo dotó de papeles (la “visa Bosques” que tantas vidas salvó) y le consiguió un lugar en el Ipanema. El barco salió de Burdeos el 12 de junio de 1939, con 994 pasajeros, y llegó a Veracruz el 2 de julio. La ficha de identificación de Ribera registraba que tenía 33 años, era viudo, había sido concejal en el ayuntamiento de Terrassa y pertenecía al partido Acción Catalana Republicana. Al cruzar el Atlántico, Ribera encontró trabajo en la pequeña fábrica de un paisano y dedicó su tiempo libre a la enseñanza de danzas tradicionales dirigiendo el esbart del Orfeó Català de Mèxic. Ocho años después de haberse exiliado, estuvo en condiciones de reclamar a su hijo José, entonces adolescente, y a quien había dejado al cuidado de una hermana en Terrassa.

José, quien llegaría a ser presidente del Orfeó, estudió ingeniería química en la UNAM e hizo una amplia biblioteca en la que tienen un lugar esencial las publicaciones en lengua catalana de las décadas de los cuarenta a los setenta, buena parte de ellas editada en México como su poemario Sense paraules (Club del Llibre Català, 1965, con prólogo de Pere Calders y una ilustración de Tísner). En esa biblioteca, entre la Historia general del arte de José Pijoan y La Nostra Revista de los escritores del exilio, se encuentra encuadernado el conjunto de folletos originales del diario de a bordo del Ipanema que atesoró su padre.

Otro tesoro de esa biblioteca, resguardado en una caja de medias, es una colección de programas de mano que publicitaban la exhibición de las películas vistas por José. Esos bonitos cromos dan cuenta de que además de Blanca Nieves y los siete enanos, El mago de Oz y Casablanca, pasaron por las pantallas de Terrassa muchas cintas mexicanas. Enterarme de la existencia de esos materiales, que en México no se hicieron pues cumplían la misma función carteles y lobby-cards, agregó una dimensión gráfica al estudio que entonces hacía acerca de la distribución del cine mexicano en España; pude, así, con la paciente asistencia de Anna Ribera, buscar piezas en locales de anticuarios y librerías de viejo. Pero esa revelación también me permitió conocer a Lluís Benejam, coleccionista de impresos cinematográficos quien, desde la población catalana de Campany, colaboró de forma entusiasta y generosa en esa investigación sin pedir un centavo a cambio, bajo el argumento de que prefería hacer un amigo que hacer un negocio.

Lo encontrado en la biblioteca de José Ribera y lo aportado por Lluís Benejam contribuyeron a completar, dentro de lo posible, la colección en marcha de programas de mano españoles que publicitaron películas mexicanas en los años treinta y cuarenta; reproducirla a colores y en su tamaño real aproximado fue uno de los propósitos de Crónica de un encuentro: el cine mexicano en España, 1933-1948, diseñado por Miguel Marín y publicado por la UNAM en 2014 gracias a las gestiones de Guadalupe Ferrer, Carmen Carrara, Alicia Mayer, Javier Martínez, Diego Celorio y María Luisa Barnés. La amplia red de personas que hizo posible la escritura, publicación y divulgación de ese libro incluyó en lugar muy especial a Marina Díaz, historiadora madrileña experta en cine mexicano, quien además de proporcionar una enorme cantidad de información relevante para lo estudiado y de impulsar la difusión del libro, me presentó a Lluís Benejam. De manera misteriosa y adecuada, éste resultó vecino inmediato de Pau Ruiz, quien se construyó una casa en Capmany luego de vivir en México, donde fue uno de los mejores amigos de José Ribera.

Xochitepec, Morelos, 11 de agosto de 2020

Fuentes:

Susana Gamboa, “Fragmentos del diario de las actividades a bordo del Sinaia”, en Barco en tierra: España en México. Imágenes, reflexiones y testimonios de vida en el siglo XX, UNAM y Fundación Pablo Iglesias, México, 2006, pp. 123-123.

http://www.barcosdelexiliorepublicano.com/

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-edicion-catalana-en-mexico–0/html/e8445348-ca0d-48e7-91de-0226cc9e08fd_29.html

https://archive.org/details/xochitepec_vs_capmany/page/n11/mode/2up

Ilustración de A. Artís-Gener (Tísner) para el libro de poemas Sense paraules de José Ribera.

Publicado por angelmiquelrendon

Nací en Torreón, Coahuila, México, en 1957. Soy historiador del cine y escritor. Trabajo en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

4 comentarios sobre “De libros y algunas personas que no pueden vivir sin ellos

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