Libros de Elvira Gascón y Alfonso Simón Pelegrí
“¿Dónde no había españoles en el México de entonces?”, se preguntaba el exiliado ibicenco Emilio García Riera en El cine es mejor que la vida (Cal y Arena, México, 1990, p. 41), recordando a sus muchos contactos peninsulares en los años cincuenta, cuando asistiendo a la universidad y frecuentando cafés tuvo, según escribió, “la sensación” de hacerse adulto. Y es que a los tradicionales migrantes económicos de siempre, encargados de panaderías, abarrotes y amplias zonas del mundo del entretenimiento (el teatro, la zarzuela, los toros…), se habían sumado a raíz del término de la Guerra Civil decenas de miles de exiliados políticos que, en una sociedad que aún no era monstruosamente grande, se hicieron muy visibles al reforzar amplias regiones del periodismo, las editoriales, la educación, las artes plásticas, la música y el cine. Uno de esos emigrantes era mi padre, Ángel Miquel Alcaraz, alicantino llegado al país en 1949 y quien, después de casarse en Torreón y vivir dos años en Puebla, en 1964 recaló con su esposa Flora Rendón y sus hijos en la Ciudad de México, insuperable polo de atracción económica y laboral en esos tiempos.
Inserto en el medio laboral de los laboratorios médicos, Ángel se hizo de amigos mexicanos, entre ellos, en primerísimo lugar, Jaime Santos Martín del Campo, con el que emparentó de por vida al casarse los dos en Torreón con una de las bonitas hermanas norteñas Flora y Odila Rendón Casavantes. Pero naturalmente también tuvo buenos amigos españoles, como la soriana Elvira Gascón, quien había llegado al país en 1939, poco después de quien sería su marido, el pintor madrileño Roberto Fernández Balbuena. Como informa Mauricio César Ramírez Sánchez en Elvira Gascón: la línea de una artista en el exilio (El Colegio de México, México, 2014), esta mujer que había estudiado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense y dado clases en la Academia de San Fernando, al asentarse en México dedicó sus principales esfuerzos a la ilustración editorial. Dos anexos de la obra de Ramírez muestran que entre 1942 y 1997 Gascón colaboró en dieciocho revistas y que alrededor de doscientos libros llevaron en portadas o interiores dibujos suyos de inconfundible estirpe picassiana. Entre esos libros hubo clásicos de amplia circulación, editados por el Fondo de Cultura Económica (el Chilam Balam y el Popol Vuh, la Historia de las Indias de fray Bartolomé de las Casas, las Obras completas de Sor Juana, los cuentos y poemas de Rubén Darío…), así como títulos de autores contemporáneos publicados por distintas editoriales: entre los mexicanos, de Alfonso Reyes, Andrés Iduarte, Dolores Castro, Emilio Uranga, Fernando Benítez, Juan Rulfo, Carlos Pellicer, Griselda Álvarez, Octavio Paz, Agustín Yáñez, Francisco Rojas González, Rubén Bonifaz Nuño, Margarita Paz Paredes, Adolfo Castañón…, y entre los españoles del exilio, de León Felipe, Pedro Bosch Gimpera, Juan Rejano, Luis Cernuda, Jomí García Ascot, Luis Rius… Uno de esos trabajos fue la ilustración, con una decena de graciosos dibujos, del poemario de mi padre Interior (Ediciones Cauce, Torreón, 1955). En 1972, la Editorial Siglo XXI hizo un homenaje a la ya para entonces larga trayectoria de la artista en 100 dibujos de Elvira Gascón, precedido por un soneto de Rubén Bonifaz Nuño; el ejemplar conservado en la biblioteca familiar tiene esta dedicatoria: “Para Flora y Ángel con el cariño de siempre, Elvira.”




El malagueño Alfonso Simón Pelegrí fue otro de los amigos viejos de mis padres. Llegó a México en 1957 y aunque sus actividades incluyeron la docencia, el periodismo y la edición de libros, siempre depositó en la literatura su compromiso más profundo. Escribió la novela Población del barro (Jorge Porrúa, México, 1983), el libro de cuentos La isla azul de terminarse el mundo (Diana, México, 1991) y una decena de poemarios, comenzando por …hombre dado a la voz, escrito en Puebla y ganador del Premio Ausias March del Ayuntamiento de Gandía. En ese libro de sonetos de contenido religioso (Alfonso fue seminarista antes de casarse con la gaditana Manola Ruiz y formar una numerosa familia), publicado en Valencia en 1965, dice la dedicatoria impresa: “Al poeta Ángel Miquel / A Flora Rendón de Miquel / con mi entrañable afecto”.

Alfonso se asentó alternativamente en distintas ciudades México y España, hasta que la muerte lo sorprendió en 2019, en Madrid. Con frecuencia lo escuché hablar de sus principales pasiones, San Juan de la Cruz, Cervantes, Borges, en el café de la librería Gandhi y otros sitios. Lo que admiraba en esos grandes escritores, ante todo, era la perfecta expresión en palabras de una percepción, un sentimiento, un concepto, un gesto humano. Él mismo era un obsesivo perseguidor del ideal, como decía, de «acertar en la diana». En sus últimos años, casi ciego, con la amorosa colaboración de su hija Adela, pulió hasta el fin de sus fuerzas los versos que escribió, de los que aparecieron en tiempos más o menos recientes las colecciones Código plural para examen de amor (Universidad Pedagógica Nacional, México, 1992, corregido y ampliado para Siglo XXI, México, 2004), Plural invención (Samsara, México, 2011) y Espejo oscuro (Samsara, México, 2013).



La colección “La escritura invisible” de Editorial Terracota, dirigida por Alberto Vital, incluyó en 2010 una antología de poesía y prosa escritas por Alfonso, bajo el título de Testimonio de un ángel sin nombre; en el prefacio de los editores, dice:
La presente antología se propone recuperar una de las escrituras invisibles más personales y cálidas de los últimos tiempos en el ámbito de ese país múltiple que tal vez se llama España-Atlántico-México o México-Atlántico-España. Malagueño de México, poblano andaluz, Alfonso Simón Pelegrí pertenece a la estirpe de quienes han sabido extraer entraña viva del exilio y bonhomía del dolor y la distancia.

Xochitepec, Morelos, 8 de mayo de 2020
Nostálgico, Ángel querido. Muchas gracias.
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