Oraciones escogidas, de Cicerón
He tenido la suerte de vivir entre libros, leyéndolos, haciéndolos, a veces escribiéndolos, pero, sobre todo, acompañándome de ellos a todas horas: en los morrales de estudiante, en las mesas de noche, en los equipajes, en las bibliotecas de los lugares donde he trabajado, en los estantes caseros donde se reúnen y ordenan. Pero a la vez que afuera, los libros también están adentro, leídos, asimilados, vividos de distintas formas, construyéndome como ningún otro objeto ha logrado ni logrará ya hacerlo. En realidad, no podría entender mi paso por el mundo sin estos silenciosos compañeros siempre dispuestos a ofrecer conocimiento, diversión, placeres sensoriales, elevación espiritual.
Durante un largo tramo creí que uno de mis principales legados a la comunidad donde he vivido iba a ser una biblioteca especializada en los temas de mi interés. Eso ocurrió cuando mis condiciones laborales y familiares permitieron que el conjunto creciera año con año –y con él, el número de muebles que lo acogían. Ilusamente asumí que ese desarrollo podría seguir de manera indefinida, pero una mudanza y otros motivos –entre ellos, la transformación de mis intereses– llevaron eventualmente a que la biblioteca ya no sólo no creciera, sino comenzara a decrecer. Además, el desarrollo más o menos reciente de grandes repositorios bibliográficos en formato digital hizo en buena medida inútil mi pretendido gesto de hacer esa donación póstuma a la comunidad. Pese a todo la biblioteca sigue ahí, con algunas zonas activas que aportan instrumentos de trabajo o propósitos de lectura, mientras que otras –en los estantes de difícil acceso– se mantienen a la espera de una llamada eventual, de un requerimiento externo, de una sorpresa.
A diferencia de lo que ocurre con otros bibliófilos, no me interesan los libros antiguos, las primeras ediciones, los impresos lujosos, los ejemplares firmados ni, en general, lo que aporta prestigio a un bien que puede cumplir perfectamente su función de transmitir un contenido sin él. Pertenezco a una generación de clase media que hizo su aprendizaje lector en pocket books, lo que me ha llevado a elegir por lo común los ejemplares con tapa blanda a los más caros de tapa dura y a comprar en librerías de viejo, entre otras prácticas. Sin embargo, en mi biblioteca hay también algunos títulos heredados o provenientes de regalos, que ostentan características prestigiosas.
Uno de los más antiguos que tengo me fue regalado en Alicante por mis tíos Pedro González Guillén y Amalia Miquel Alcaraz, en julio de 1980. Se trata del primer tomo (de dos) de las Oraciones escogidas de Cicerón, traducidas por Rodrigo de Oviedo y publicadas en Madrid en la imprenta de Sancha, el año de M.DCCC.VI. Se trata de una edición en octavo menor (10 x 15 cm), encuadernada en pergamino, bilingüe (latín/castellano), que contiene los textos ciceronianos “En favor de la Ley Manilia”, “Contra Lucio Catilina”, “En defensa de Aulio Licinio Archias”, “Después de la vuelta al pueblo” y “Después de la vuelta al senado”, además de una dedicatoria, un prólogo y unas anotaciones finales del traductor.


De acuerdo con lo que informa la portada, De Oviedo fue teniente del Real Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos, profesor de matemáticas en el Observatorio Astronómico y catedrático de Buena-versión y Propiedad latina de los Reales Estudios de Madrid. El carácter bilingüe de la edición la hacía útil a quienes quisieran aprender la lengua latina. En el Prólogo, De Oviedo afirma que conocía otra traducción reciente de la misma obra, pero “no me ha detenido eso para publicar ésta: porque la otra, como mas costosa, no la puede comprar la mayor parte de los estudiantes, y á parte de esto yo no me he atado tanto á la letra, como el otro traductor (…) y conduce que haya diversas traducciones, mas y ménos libres, de un mismo autor”. A estas explicaciones, a las que no puedo sino considerar con simpatía, el profesor sumaba el elogio de la obra, escrita por el hombre “más eloqüente, que tuvo el imperio Romano, de un famoso jurisconsulto, gran Filósofo, político consumado, y sugeto de una vasta erudición, y sublime sabiduría”.
Este ejemplar, en efecto, sirvió como libro de texto. Al final, en una hoja blanca pegada al pergamino, un anónimo estudiante apuntó las páginas de las cláusulas latinas difíciles, las de nombres propios y las de sentencias notables; también un pequeño recorte de papel resguardado en el interior consigna anotaciones que daban fe de sus empeños por dominar la lengua. Junto a ese recorte, una estampa de Santo Tomás de Aquino atacada por una buena cantidad de manchas rojas indica, tal vez, sus maniobras para aligerar los excesos de tinta en la pluma… o simple aburrimiento.


No quedaron otros registros de propiedad o uso en el libro hasta que, unos ciento cincuenta años después de haberse editado, mis tíos pusieron en la portada y otras de sus páginas, en violeta, el sello que mandaron hacer con sus nombres combinados: amaliaipedro. Esta declaración de pertenencia mutua, que se mantiene en su tumba común en el cementerio de Alicante, es uno de los rasgos que mejor definió a esta fantástica pareja. Formados en el breve estallido de libertad de la Segunda República española, amaliaipedro abrazaron las más diversas creencias (el anarquismo, el espiritismo, el orientalismo, el naturismo, el nudismo…), y se las ingeniaron para vivir de acuerdo con ellas en la empobrecida y conservadora sociedad que siguió a la Guerra Civil. Su pequeño departamento de Alicante era visitado con frecuencia por jóvenes idealistas de otras regiones, quienes se iban de ahí con algún regalo en las manos y, sobre todo, con un modelo factible de cómo vivir con alegría y de manera creativa en condiciones externas difíciles. Los dos escribieron libros: él, el poemario Briznas (1950), y ella, los ensayos biográficos María Dolores Miquel en la historia de Jijona (1978) y Salvador Sellés, poeta de Alicante (1980); como no podía dejar de ser, también apareció un libro, Poemas (1985), escrito por los dos.




A la biblioteca de la pareja se incorporó, en algún momento, el primer tomo de la Oraciones escogidas de Cicerón, comprado a un proveedor de libros antiguos. Evidentemente a amaliaipedro ya no les sirvió para estudiar, como tampoco le serviría a su siguiente propietario, que lamentablemente no ha aprendido latín. De cualquier forma, la traducción de los discursos ciceronianos por don Rodrigo de Oviedo sigue siendo muy legible. De ella copio este elogio de los libros, que aparece en la defensa hecha por Cicerón del poeta griego Aulio Licinio Archias:
Preguntarásnos, Gracio, por qué gustamos tanto de este hombre. Porque nos suministra con que reparar el animo de este ruido del foro, y dar descanso á los oídos cansados de su voceria. Qué? piensas tú que podriamos tener que decir todos los dias en tanta variedad de asuntos, si le faltára á nuestro entendimiento el cultivo de la lectura, y estudio: ó qué podriamos llevar tanto trabajo á no darle algun desahogo con él? (…) Mas están llenos los libros, están llenas las sentencias de los sabios, y la antigüedad está llena de exemplos, que estarian sepultados en tinieblas, si nos faltára la luz de las letras.
Xochitepec, Morelos, 23 de abril de 2020