De libros y algunas personas que no pueden vivir sin ellos

Ocho esculturas de rayas de Alba Rojo

Todavía era el siglo XX cuando Alba Rojo me invitó a participar en un libro para niños en el que ella haría modelos recortables para armar ocho esculturas de cartón. Para ese libro, que finalmente no se publicó, escribí la siguiente nota, que se acompaña aquí con la imagen de una pieza armable de Alba incluida en el catálogo de su exposición póstuma Caleidoscopios, puesta en el centro cultural Estación Indianilla de la Ciudad de México en febrero de 2018.

Una escultura está en el espacio por lo menos de dos maneras distintas. Por una parte, es un objeto que se integra armoniosamente a lo que lo rodea en los parques, las plazas, los jardines o las habitaciones donde se coloca. En ese caso, es un elemento más del medio ambiente, que muchas veces se caracteriza por su utilidad. Por ejemplo, una de las siete maravillas del mundo antiguo, el Coloso de Rodas, era un gigante de bronce que servía como faro, así como muchas estatuas contemporáneas sirven para que las palomas duerman sobre sus cabezas. Y hay incluso algunas que se utilizan como el símbolo de la ciudad donde se encuentran, como la Estatua de la Libertad de Nueva York o el Ángel de la Independencia de México.

Pero muchas veces una escultura es también una reunión de formas, materiales y colores caracterizada por su belleza. Es decir, es una obra de arte que crea en quien la ve emociones de distinto tipo. Una de las más impresionantes que se han hecho se llama Laocoonte y sus hijos y muestra a una serpiente grandísima que asfixia a dos niños y su padre; esa obra provoca miedo, como una película de terror. Hay otras que da gusto contemplar por la historia que cuentan o por la perfección con que imitan figuras de dioses, centauros, sirenas, ángeles, personas o animales. Y hay otras más, como las de Alba Rojo que pueden armarse con los modelos e instrucciones de este libro, que no reproducen seres naturales o sobrenaturales, sino que deleitan por los juegos de sus formas.

Durante la mayor parte de la historia los escultores hicieron seres y objetos que veían en el mundo o que se imaginaban que existían. En cualquiera de los dos casos representaban algo y por eso el estilo de sus obras se conoce como representativo. No fue sino hasta el siglo veinte cuando algunos decidieron que sus obras no tenían por qué mostrar divinidades, personas, animales o paisajes, sino que podían ser la manifestación de ideas, sentimientos, sensaciones o estados de ánimo. Se preguntaron cómo podía verse la alegría, el dolor, la duda, la libertad o los sueños sólo con colores y formas. Y también la esencia de las cosas, o sea lo que las hace ser como son, como la humanidad de un ser humano, la piedrez de una piedra o la arboreidad de un árbol. De esta inquietud nació el arte no representativo o abstracto.

Alba es una artista abstracta. ¿Qué muestran sus esculturas? Ella me ha contado que son la manifestación de un tipo especial de ideas, las geométricas. La medida, la proporción, la simetría, la perspectiva y otros recursos geométricos se enseñan en las escuelas como parte de la educación que un artista debe conocer para elaborar sus obras. Y desde hace siglos se han usado para crear obras armoniosas y agradables al sentido de la vista. Pero Alba no intenta representar un paisaje ni ninguna otra cosa del mundo con ayuda de la geometría. Más bien quiere expresar la esencia de algunas de sus zonas y por eso sus personajes principales son puntos y líneas que al ponerse en un papel se vuelven triángulos, cuadrados y rectángulos que, al ser armados para adquirir volumen, dan lugar a pirámides, prismas y cubos. Cuando están terminadas, esas piezas parecen una ampliación en el espacio del juego de serpientes y escaleras.

Una idea geométrica es de las cosas más exactas que existen y por eso las esculturas de Alba tienen la cualidad de la precisión. Como ocurre con los mecanismos de los relojes, maravilla la exactitud de esas obras. Hay en ellas un universo ordenado y acogedor en el que podemos refugiarnos. Sin embargo, no se reducen a la precisión matemática, pues tienen un importante agregado que las diferencia, por ejemplo, de los cubos de colores con letras en relieve que se utilizan para aprender a leer, que nadie consideraría obras de arte. Ese agregado es el ritmo.

Casi siempre se utiliza esta palabra para hablar de la música o de la poesía, que son artes que se desarrollan en el tiempo. Pero también puede hablarse de ritmo en artes del espacio como la pintura y la escultura. En los dos casos, es algo que se logra por repetición. Del mismo modo que en una canción se repiten las palabras o los motivos musicales, en una escultura se repiten las formas.

En las esculturas de Alba hay muy bien calculadas repeticiones de rectas, curvas, ángulos y espacios, y eso es lo que provoca en ellas un efecto rítmico. En realidad, esas repeticiones podrían considerarse como una coreografía de las figuras que las integran. E incluso podría decirse que crean diversas coreografías, pues si uno camina alrededor de las esculturas o las gira lentamente con la mano, descubre variaciones en sus luces y sombras, y en los contrastes que forman los huecos y las partes compactas. No parecen las mismas que vimos un momento antes.

Como los caleidoscopios, las esculturas de Alba reúnen así en sus formas una gran cantidad de combinaciones. Por eso convierten el espacio en el que están en algo parecido a una cajita de música con un mecanismo mágico que, cada vez que se abre, reproduce una deleitable melodía distinta.

Xochitepec, Morelos, a 10 de junio de 2021

https://mujeresconciencia.com/2016/09/07/alba-rojo-cama-la-matematica-escultora/

https://www.proceso.com.mx/cultura/2018/3/16/retrospectiva-de-la-escultora-alba-rojo-cama-201632.html

Publicado por angelmiquelrendon

Nací en Torreón, Coahuila, México, en 1957. Soy historiador del cine y escritor. Trabajo en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

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