La producción editorial del CIEC de la Universidad de Guadalajara
Debe haber sido a fines de los años setenta cuando Emilio García Riera viajó a Guadalajara invitado a impartir una conferencia a la que acompañaría la exhibición de una película. García Riera era ya un muy conocido integrante del medio de la cultura cinematográfica capitalina. Publicaba crítica en periódicos y revistas, escribía libros, aparecía en programas de televisión. Además, a diferencia de sus más tímidos compañeros de ruta Vicente Rojo y Gabriel Ramírez, tenía una personalidad arrolladora. No fue así extraño que ese hombre que hablaba enfáticamente con acento español, profundo conocimiento de sus temas y gran sentido del humor resultara fascinante para el proyeccionista de la película que se exhibió el día de la conferencia, Raúl Padilla López, entonces estudiante de la carrera de Historia de la Universidad de Guadalajara. Tampoco sorprende que, una vez convertido en alto funcionario de esa casa de estudios, Padilla invitara a García Riera a trasladarse a vivir con su familia a la capital de Jalisco para crear en 1986 el Centro de Investigaciones y Enseñanza Cinematográficas, más adelante renombrado, por la fundación en la misma universidad de un área autónoma destinada a la enseñanza del cine, como Centro de Investigaciones y Estudios Cinematográficos.
El CIEC fue la primera dependencia universitaria orientada exclusivamente hacia la investigación fílmica en el país. En sus poco más de dos décadas de vida se convirtió en uno de los más importantes archivos de películas (en formato de videocasete), stills, libros y recortes de prensa relativos al cine mexicano. En su seno se formaron investigadores y docentes que continúan activos y quienes también participaron como organizadores, jurados, conductores de debates y cicerones en la Muestra de Cine de Guadalajara, después convertida en flamante Festival Internacional.
Las actividades del CIEC fraguaron, sobre todo, en un proyecto editorial de gran alcance coordinado por Cristina Martín. Sus productos estrella fueron dos obras de García Riera: México visto por el cine extranjero, coeditado en 6 volúmenes con Editorial ERA entre 1987 y 1990, y la segunda versión de la Historia documental del cine mexicano, que entre 1992 y 1997 apareció en 18 tomos como coedición entre la Universidad de Guadalajara y otras instituciones.

México visto por el cine extranjero fue fruto de una impresionante investigación, en su mayor parte hemero y bibliográfica, donde el autor hizo el registro y la historia comentada de las películas estadunidenses y europeas que representaron aspectos de lo mexicano en los casi cien años transcurridos entre 1894 y 1988. Ahí García Riera consideró más de cuatro mil títulos, en la cuarta parte de los cuales jugaba un papel principal lo relativo a México. Esa vastedad lo excusaba de ofrecer conclusiones en la nota introductoria; sin embargo, expresó en ese lugar el siguiente deseo: “ojalá contribuya mi trabajo a dar idea de cuánto ha privado en nuestro siglo una mezcla de prepotencia, codicia, prejuicios, paranoia, ignorancia, intereses egoístas, condescendencia más o menos caritativa y superficialidad turística en la visión de un país por otros más poderosos.”
La primera versión de la Historia documental del cine mexicano fue publicada por ERA en 9 gruesos tomos entre 1969 y 1978. El propósito fundamental de García Riera fue hacer un catálogo comentado de las películas sonoras producidas en el país entre 1929 y 1976, para lo que se propuso consultar directamente el mayor número de cintas posible. Esta elección determinó la estructura básica de la obra, compuesta por bloques de información integrados por tres secciones: la ficha técnica, con título, datos de producción y créditos de los participantes; una sinopsis del argumento, y comentarios que, dependiendo de la importancia concedida por el autor a la cinta, fluctuaban entre unas cuantas líneas y varias páginas. Además, había secciones con stills y otras fotografías publicitarias, introducciones a cada capítulo en las que se contextualizaba la producción fílmica por año, noticias biográficas de personalidades e información de las actividades de los cineastas y actores mexicanos en el extranjero.
La segunda versión de esa auténtica enciclopedia, mucho más amplia y completa que la primera, estuvo intrínsecamente ligada la fundación del CIEC. Por una parte, el trabajo estable en la universidad permitió a García Riera dedicarse casi por completo a la investigación, liberándolo de la demandante actividad periodística (que siguió ejerciendo en pequeña escala, por gusto, en diarios y canales de televisión tapatíos). Pero además contó ahí con un eficiente equipo que contribuyó buscando datos, digitalizando imágenes, corrigiendo erratas, haciendo trabajos mecanográficos e índices y, de manera muy destacada, consiguiendo copias de películas.
Uno de los problemas de la primera versión había sido la inaccesibilidad de las cintas. En los años sesenta y setenta era muy difícil ver siquiera a una porción significativa de las producidas, por lo que el autor tuvo que apoyarse, para reconstruir los repartos y hacer las sinopsis de los argumentos, en los materiales distribuidos para publicitarlas; en cuanto a la sección de comentarios, para las películas que no había podido ver, se valía de críticas aparecidas en distintos medios poco después de los estrenos. Ese uso frecuente de fuentes secundarias contrariaba el propósito de la obra y era una fuente considerable de errores. Sin embargo, fue inevitable hasta que diversos factores –la generalización, a partir de los años ochenta, del video y otros sistemas de reproducción casera; la existencia de canales de televisión por cable dedicados a la transmisión de cine mexicano, y el rescate archivístico de muchas producciones que se creían perdidas– volvieron las películas más accesibles. Los trabajos colectivos de búsqueda y copiado en el CIEC ayudaron a que la segunda versión de la Historia documental estuviera basada en una alta proporción en la consulta directa de las fuentes primarias, lo que la convirtió en una obra con información más completa y con un texto autoral más uniforme que la primera: García Riera pudo documentar directamente 3107 películas de las 3544 producidas en el periodo, es decir, 88 por ciento del total.

El CIEC editó otras cinco colecciones de libros. En “Cineastas de México” aparecieron doce, en “Grandes cineastas” diez y en “Testimonios del cine mexicano”, “El cine en Jalisco” y “Ensayos” once en conjunto. Al llegar a la Universidad de Guadalajara, García Riera incorporó al equipo a dos investigadores ya formados, Eduardo de la Vega y Leonardo García Tsao. Fueron contrataciones muy atinadas, pues entre los tres escribieron para alguna de estas colecciones ¡veinte! títulos, mientras que los demás fueron obra o de jóvenes hechos en el CIEC como Guillermo Vaidovits, Patricia Torres San Martín y Ulises Íñiguez, o de autores provenientes de otros lugares como Julia Tuñón, Alberto Isaac, Tomás Pérez Turrent y Guillermo del Toro.
La colección más perdurable impulsada por García Riera nació y continúa asociada al Festival Internacional de Cine, en el que año con año se rinde homenaje a alguna personalidad sobre la que se edita un libro. En ella han aparecido desde 1996 y hasta el pasado año títulos sobre actores y actrices como María Félix, Silvia Pinal, Marga López, Katy Jurado, Ignacio López Tarso, Ana Ofelia Murguía, Pedro Armendáriz hijo, María Rojo y Daniel Giménez Cacho, pero también ha acogido obras sobre productores (Alfredo Ripstein, Bertha Navarro), guionistas (Vicente Leñero), directores (Jorge Fons, Gabriel Retes, Jaime Humberto Hermosillo) y figuras de otros tiempos (Elena Sánchez Valenzuela, Tin Tan, Sara García). Para no variar, entre sus autores están los investigadores que constituyeron el CIEC.

Muy buena síntesis.
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Qué bueno que esto esté contado y tan bien. Gracias Ángel, siempre gracias!
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¡¡¡Besos hasta la República Argentina!!!
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