Cines y cinéfilos

El vate Frías y los primeros géneros de la poesía cinematográfica en México

El cine hizo su aparición en la cultura letrada mexicana en las publicaciones finiseculares que dieron noticia del novísimo espectáculo. Luis G. Urbina, José Juan Tablada y Amado Nervo escribieron crónicas en las que aquilataron las enormes posibilidades que el invento podía llegar a tener como diversión pública, como instrumento para hacer el registro objetivo de la realidad e incluso como competidor del libro. Apropiándose metafóricamente de las cualidades narrativas del medio, el cronista Ángel de Campo llamó a su columna “Kinetoscopio”.

Sin embargo, esta recepción inmediata no incluyó poemas. Hubo que esperar a la irrupción del star system a mediados de la primera década del siglo para que aparecieran versos inspirados por la belleza de las actrices italianas y francesas, una clara extensión, por cierto, de los que desde hacía mucho se dedicaban a intérpretes locales de ópera, teatro o variedades. En un soneto de alrededor de 1915 se lee: “Yo, el obscuro bohemio y el poeta, / desde la más recóndita luneta / seré quien más te ama y más te admira; / y pienso así tras de mi encanto breve: / ¡Dichoso aquél que junto a ti respira / y el dulce néctar de tu boca bebe!” El autor se llamaba Arturo L. Castañares y sus versos celebraban a la diva italiana Francesca Bertini, protagonista de dramas como Assunta Spina (1915) y Tosca (1918). A partir de entonces otros bohemios comenzaron a diseminar en periódicos y revistas versos dedicados a las actrices, que conformaron con el correr del tiempo uno de los géneros importantes de la poesía cinematográfica. Éste contó después con ilustres practicantes eventuales como Alfonso Reyes y Carlos Pellicer, y Efraín Huerta lo convirtió en una de las principales vertientes de su obra; pero el género conservó uno de sus principales fundamentos en los colaboradores de los fan-magazines, los trovadores de cantina y otros espontáneos versificadores, llegando en algunos casos a producir obras tan célebres como la canción “María bonita” de Agustín Lara, inspirada, como se sabe, por la actriz María Félix.

El otro género importante de la primera poesía cinematográfica en México fue el de la crónica rimada que describe las actividades del público en el interior de los salones. Ya en enero de 1912 un periodista llamado Carlos Miranda publicó en la revista Novedades un poema dialogado en el que una muchacha se defiende, en la oscuridad de un cine, de que la toque un desconocido: “–Oiga usted: las manos quietas, / joven, que no soy guitarra. / –Perdone usted, señorita, / pero cualquiera se engaña / con esta luz misteriosa / que se enciende y que se apaga.” De mayor altura fue “Cinematógrafos de barrio”, aparecido a mediados de los años diez en el libro Holocaustos de José de Jesús Núñez y Domínguez; poema sobre el que dijo Ramón López Velarde (por cierto, admirador de la misma Bertini que había merecido los versos de Castañares), que era “el documento cinematográfico de nuestras letras” y una “justa página que yo firmaría” (Revista de Revistas, 14 de enero de 1917). Escritores como Francisco González León, Xavier Villaurrutia y Jaime Sabines añadirían tiempo después nuevas piezas a esta tradición, también practicada por escritores menos conocidos. Un poema de este género apareció en el vespertino El Universal Gráfico el 16 de noviembre de 1929 bajo el título “El inspector de besos”; lo firmaba El licenciado Vidriera, es decir, el queretano José Dolores Frías.

José Dolores Frías. Dibujo de Audiffred. El Universal Ilustrado, 20 de noviembre de 1924, p. 24.

“El inspector de besos” era un comentario lírico a una disposición municipal, que en parte decía:

Entre 1917 y 1934 aparecieron una veintena de colaboraciones de Frías dedicadas al cine, que incluyeron poemas, crónicas, críticas de películas y entrevistas con los célebres Max Linder, Rodolfo Valentino y Dolores del Río. En su libro Forjadores de la revolución mexicana, Juan de Dios Bojórquez (o Djed Borquez), hizo esta semblanza del periodista conocido bajo el sobrenombre de El vate:

Entre los representativos de la bohemia de México, hay tipos dignos de estudio y de la simpatía de las nuevas generaciones. (…) Para el año de 1930, quienes tenían mayor fama por su devoción a la vida nocturna, eran el atildado vate José D. Frías y el apocalíptico Rafael Vera de Córdova.

Nacido en Querétaro, José Dolores fue seminarista (…) Sabía bastante latín y con frecuencia soltaba citas de Virgilio o de Horacio. Como vivió pobre, cuando se veía con algunos centenares de pesos exclamaba: “Me abruma la mosca”. Si se le reprochaba por haber ingerido licores en demasía, para defenderse usaba esta expresión: “Mínimos fragmentos de cognac” (…)

El vate Frías, en medio de su pobreza, era pulcro. Gustaba de vestir bien. Casi siempre de negro y con sombrero de alas anchas, por lo que se asemejaba a Ramón López Velarde. Usaba gruesos quevedos, a veces con una negra cintilla (…)

El vate era mucho más poeta de lo que él mismo creía (…) Nunca hizo alarde de los aciertos de su inspiración. Apoyado por uno de sus mecenas, reunió en un tomo lo mejor de su producción (…) Leyéndolo puede comprobarse el gran valer de este queretano (…) que se nos murió todavía joven, misteriosamente, en una vulgar comisaría.

El volumen aludido se titula Versos escogidos (1933). Frías recogió en él una pieza escrita en memoria de Barbara LaMarr, estrella de Hollywood que luego de participar en una treintena de cintas murió, en enero de 1926, consumida por un desenfrenado ritmo de vida. (Por cierto, en El prisionero de Zenda, dirigida por Rex Ingram en 1922, LaMarr alternó con el joven astro mexicano Ramón Novarro.) A esa elegía escrita por alguien que, como Castañares, se asumía como un “oscuro bohemio” enamorado de las sombras de la pantalla, pertenecen las siguientes estrofas:

Fuentes

Kinetoscopio. Las crónicas de Ángel de Campo, Micrós, en El Universal. Estudio preliminar, compilación y notas de Blanca Estela Treviño García, UNAM, México, 2004.

Manuel González Casanova, Los escritores mexicanos y los inicios del cine, 1896-1907, El Colegio de Sinaloa, Culiacán, 1995.

Ángel Miquel (selección y notas), Los poetas van al cine, Ediciones Sin Nombre, México, 1997.

Publicado por angelmiquelrendon

Nací en Torreón, Coahuila, México, en 1957. Soy historiador del cine y escritor. Trabajo en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

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