De libros y algunas personas que no pueden vivir sin ellos

Mal amante con luciérnagas de Marcela Campos

Algunos estudios lingüísticos llaman paratextos a los mensajes, postulados, enunciados o expresiones que complementan el contenido principal de un texto. Casi todos los libros tienen bichos como ésos, que los profanos conocemos por sus nombres vulgares: títulos, subtítulos, prefacios, índices, notas… Mientras leía Mal amante con luciérnagas, el excelente poemario de Marcela Campos, se me ocurrió que tal vez sería revelador de ciertos rasgos de la personalidad de su autora hacer una excursión, o un paseo, por algunos de sus paratextos.

¿Qué dicen, de qué dan cuenta, los alrededores inmediatos de los poemas de Marcela? En primer lugar, creo que hablan no tanto de sus influencias –algo que resulta siempre vago y difícil de discernir–, como de las personas de las que gusta acompañarse simple y sencillamente porque le caen bien, como le cae bien a uno un vaso de vino tinto cuando hace frío. En títulos, epígrafes y dedicatorias pueden encontrarse huellas de ciertas presencias privilegiadas que acompañaron o quizá impulsaron la creación de algunas piezas de Mal amante con luciérnagas.

Al primero que encontramos agazapado en paratextos es a Leonard Cohen. Este magnífico músico, poeta y novelista nació en Montreal, Canadá, el 21 de septiembre de 1934 y, si no me engaña la memoria, ya a fines de la década de los setenta algunos de sus discos eran ávidamente escuchados por sus admiradores mexicanos (que tal vez nunca han sido muchos, comparados con los de otros fans de música popular anglófona, pero sí muy devotos). No es improbable que, como ocurrió con otros de mis conocidos, una muy joven Marcela Campos se haya prendado ya en esas épocas o poco después del estilo, la voz y la personalidad de este bardo escuchando la canción “Suzanne”. Es lo que parece mostrar el poema de amor “Noche tras noche”, cuyo primer verso dice: “Yo hubiese querido ser Suzanne flotando sobre el río.” En todo caso, las palabras del canadiense son importantes para la poeta, como muestra que preludien dos piezas suyas. El epígrafe de “El mejor sentimiento”, otro poema de amor, dice: “porque todos ellos creen, ahora, que son negros, y ése es el mejor sentimiento que un hombre de este siglo puede tener”, lo que es un preámbulo al alegato en el poema de un personaje femenino que en primera persona, y dirigiéndose a su amante, reconoce gustar del son y, en general, de “todo lo que venga negro y muy mezclado, una buena cadera, de tacón ancho los zapatos y toda la noche para soltar de la razón al cuerpo”, y por lo mismo se lamenta de “esta penosa blancura que nos sobra”.

Pero si Leonard Cohen invoca en Marcela a través del texto citado la expresión, en voz de un personaje con el que podríamos tal vez identificar a la autora, del deseo de ser negro, en otro momento el mismo Cohen despierta en ella la condena de la intolerancia religiosa. Los versos del canadiense que, al abrir el poema “Mitología y credo”, siembran los vasos comunicantes que se revelarán en los de Marcela que les siguen, dicen así:

Cuando joven, los cristianos me dijeron

cómo clavamos a Jesús

como una linda mariposa contra el madero

y yo lloré junto a las representaciones del Calvario

La terrible acusación de los cristianos contra los judíos, esta “estrategia infinita / intolerante” –son ya palabras de Marcela–, conducen en ella (o, de nuevo, en el personaje en primera persona que habla en el poema), a algo tan fuerte como la negación misma de la fe cristiana: “yo le digo adiós / a sus creencias”.

Como vemos, el acompañamiento de las palabras de Cohen a las de Marcela no es anecdótico, ni trivial, pues se da en dos instancias tan profundas de la construcción de la personalidad como pueden serlo la pertenencia a una raza y a una religión. Y es claro que al invocarlo tampoco quiere mostrar la autora ningún tipo de “influencia”, sino de declarar algo así como su afinidad o su sintonía con alguien que ha dicho con sus palabras y ritmos ideas o sentimientos parecidos a los propios.

Otro habitante en los paratextos de Mal amante con luciérnagas es Federico García Lorca. El célebre granadino se muestra en el epígrafe al poema “Mudo hilván”, en los siguientes dos espléndidos versos de una canción infantil: “Mamá, bórdame en tu almohada… ¡Eso sí, ahora mismo!” También aparece en el epígrafe de “Niña que sonríe dice su nombre”, con este fragmento de “Preciosa y el viento”, publicado en El romancero gitano: “al verla se ha levantado / el viento que nunca duerme”. En los dos casos, las citas de preludian poemas que se refieren a niños, y que se enlazan con la vertiente lorquiana del juego y la ternura –quizá su registro más conocido, junto con el tono trágico de algunas de sus piezas teatrales. Pero el entrecruzamiento textual de la poesía de Marcela con la del andaluz se da también en este libro de otra manera en el poema “De Lorca a Whitman”, donde tres versos de una estrofa de la “Oda a Walt Whitman”, que aparece en el libro Poeta en Nueva York, son utilizados, resignificados y actualizados en un sentido triste. El fragmento de García Lorca dice:

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.

Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.

Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,

la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,

los ricos dan a sus queridas

pequeños moribundos iluminados,

y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

A partir de esta desoladora estrofa, Marcela ha escrito estos versos no menos duros:

Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,

mientras los vivos siempre apagan el televisor,

lavan sus dientes y entran

en sus pulcras sábanas de blanco algodón

y sueños tibios en tanto

la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises

en este lado del mundo donde la vida tampoco

es noble, ni buena, ni sagrada.

Así como Leonard Cohen acompañó a la autora de este libro en algunas de sus inquietudes que podrían enunciarse en preguntas como ¿por qué estoy en este este cuerpo?, ¿por qué he de adoptar esta esta religión de las personas que me rodean?, García Lorca estuvo ahí, cerca, acompañándola también, en el reconocimiento, tan frecuente en nuestro país, o en nuestro mundo, de que algo, de que mucho, no anda bien.

Hay otros escritores –Rainer Maria Rilke, Ronald Laing–, que cumplen parecidas funciones en este libro. Estos nombres también revelan lecturas y escuchas privilegiadas, ésas en las que uno se ve obligado a detenerse, sorprendido y a veces zarandeado, hasta el punto de tener que registrarlas en las páginas de un cuaderno o en el pizarrón algo más frágil de la memoria.

Pero tan importantes como estos escritores invocados, por decirlo así, a través de otros libros, son en Mal amante con luciérnagas otros seres, mucho más cercanos, que se revelan en los paratextos de las dedicatorias. ¿Por qué una poeta consigna el nombre de una persona junto a sus versos? Se me ocurre que porque es, en el momento de la escritura, existencialmente tan significativa para ella como el asunto sobre el que escribe. Ahí están, en distintos poemas, Gabriel, “Carlos, que se fue a Los Mochis”, “Pita y Raúl que permanecen”, Rodrigo y una abuela “que orfandó / a mi padre siendo niño”; también están, ya no en los paratextos sino en los textos mismos de los poemas, su pareja, sus hijos… Personas que son, para la autora, el universo del que se nutre y al que se vuelca, agradecida, para dedicarle lo que hace en su intimidad más profunda, esos momentos de silencio interior en que se da el milagro de la creación.

¿Y los textos?, se preguntarán. ¿Qué pasa con los casi setenta poemas incluidos en Mal amante con luciérnagas? Justo es lo que tendrán que descubrir, con enorme placer, al leer el libro. Aquí sólo he querido mostrar que alguien que se acompaña de Leonard Cohen, Federico García Lorca y sus amigos y familiares para escribir sus poemas, merece toda nuestra admiración y toda nuestra simpatía.

Xochitepec, Morelos, 28 de noviembre de 2020

Presentación del libro publicado por La Zonámbula (Guadalajara, 2015) en el Centro de Creación Literaria «Xavier Villaurrutia» de la Ciudad de México, el 22 de abril de 2016.

Publicado por angelmiquelrendon

Nací en Torreón, Coahuila, México, en 1957. Soy historiador del cine y escritor. Trabajo en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

2 comentarios sobre “De libros y algunas personas que no pueden vivir sin ellos

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