Un kilo de poemas, de Alcira Soust Scaffo
Conocí a Alcira en 1977, a mi ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y durante alrededor de diez años conviví frecuentemente con ella en ese y otros lugares: comimos en fondas y restaurantes, marchamos en manifestaciones, fuimos a fiestas, vimos jugar a los “Pumas” del Cabo Cabinho y Hugo Sánchez en el Estadio Olímpico, ella asistió a mi ceremonia de titulación y yo a su rescate colectivo del Hospital de Psiquiatría donde fue encerrada después de ser raptada por orden de alguna autoridad. En esos años yo vivía con otros estudiantes y luego en pareja, lo que impidió que esta querida amiga uruguaya, desposeída de todo bien material, se hospedara en mi casa –algo que sucedió en distintos momentos en las de Antonio Santos, Annunziata Rossi, Jorge Boccanera, Alberto Cue, Adolfo Castañón, Arturo Cantú y Martha Alvarado, Consuelo Karoly y Lucero Andrade, y seguramente muchos más. En cambio, Alcira comió de vez en cuando en casa de mis padres y celebramos uno de sus cumpleaños (cocinó espagueti al pesto) en el departamento que yo alquilaba entonces con mis colegas.
Alcira vivía desde los años cincuenta en México. Entre otras actividades, estudió en el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina; trabajó en el Instituto Latinoamericano de Cinematografía Educativa; colaboró, pintando el sol, en el mural Dualidad que Rufino Tamayo creó en el vestíbulo del Museo de Antropología; hizo radio en la estación de la UNAM; plantó árboles y se autonombró titular de la Secretaría de la Defensa de la Luz y habitante principal del Jardín Cerrado “Emiliano Zapata” de la Facultad de Filosofía y Letras. Después de vivir un terrible episodio de soledad, hambre y angustia durante la toma de la universidad por el ejército en 1968, acabó por enfocar sus actividades de manera casi exclusiva en la creación y difusión de dibujos y poemas.
1972 fue designado por ella Año de la Poesía en Armas. Comenzó entonces a distribuir unas hojas impresas en mimeógrafo que contenían sus traducciones. Ese año aparecieron “El barco ebrio” de Arthur Rimbaud y “Poesía para acompañar la noche de una recitación en honor del mar” de Saint-John Perse. Pero el calendario había sido transformado y en los siguientes años de Poesía en Armas las hojas incluyeron piezas de Paul Éluard, Lautréamont, Charles Baudelaire, Birago Diop, Jean Sénac, Anthony Phelps y –de nuevo– Rimbaud; también se copiaron ahí poemas de Mario Benedetti, José Martí, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Alfonsina Storni, Miguel Hernández y Rosario Castellanos,
Alcira repartía las hojas mimeografiadas en la universidad, donde se producían, así como en cafés, parques, calles, plazas e incluso panteones de la ciudad. Sólo por eso podría ser considerada como una extraordinaria divulgadora de la poesía entre los más diversos públicos; pero además, como expresó Roberto Bolaño en Los detectives salvajes a través de un personaje inspirado en ella, Alcira era el vivo y estimulante ejemplo de una práctica poética libre de las ataduras del trabajo rutinario y el dinero. Adolfo Castañón ha retratado así a esa «desgarbada y generosa maestra de poesía»:
Tenía buena memoria y sentido del humor, sabía reír y hacer reír, era obstinada, reacia, insumisa. Tenía un gran corazón, aunque lo único que podía dar eran los poemas (…) La envolvía la leyenda de haber tenido el miedo, la valentía, la fuerza de voluntad y la capacidad de resistencia que la mantuvieron encerrada en un baño durante las semanas que los soldados ocuparon la Ciudad Universitaria en 1968, cuando sólo se alimentó de agua y papel sanitario (…) Esa experiencia la transformó por dentro y por fuera. Tuvo algo de iniciación y rito de paso: adelgazó hasta los huesos, perdió los dientes, pero a cambio se le encendió la mirada poética y profética, perdió el sueño y tal vez un poco de aquella razón que, por lo demás, nunca había sido su fuerte.


Las hojas mimeografiadas de Alcira se hicieron de aparición frecuente y en 1974 su encabezado rezaba: “Publicaciones diarias de Poesía en Armas”. Su contenido se amplió para incorporar noticias, citas, saludos, grafitis y dibujos, volviéndose al mismo tiempo diario íntimo, periódico comunitario y obra visual en la que se exploraban las posibilidades expresivas de la escritura sobre el esténcil. Utilizado en los años setenta y ochenta por los artistas de los grupos Proceso Pentágono y Suma como medio de producción de obra gráfica, así como por diversos grupos políticos como eficiente vehículo de agitación y propaganda, el mimeógrafo tuvo en ella un sorprendente alcance cultural. De acuerdo con Cuauhtémoc Medina,
Poesía en Armas aparecía así como la continuación del derrame de agitación política de esa clase de impresión barata e implícitamente desechable, para propiciar una sublevación de emociones, referentes y lenguaje. Adicionalmente, el mimeógrafo facilitaba a Alcira la proximidad de un género epistolar dirigido a una multitud relativa. Esta intimidad es lo que estaba involucrado en pensar la escritura como una evocación cristológica de los panes.
Parece lógico que Un kilo de poemas, al que Alcira se refería como la síntesis y culminación de su escritura, fuera ideado no como un libro tradicional sino como una colección de hojas mimeografiadas reunidas en una caja u otro contenedor. Lo cierto es que, al no realizarse, ese proyecto quedó, como el relato de su persecución de Julio Cortázar hecha a gritos por las calles de Coyoacán o su frecuente evocación de una hermana gemela en la ciudad uruguaya de Durazno, como un ente más del mundo a medio caballo entre la realidad y la fantasía construido por sus historias.
Algunos de sus poemas aparecieron impresos en publicaciones periódicas, como tres dedicados a Emilio Prados en el Diorama de la Cultura del diario Excélsior el 26 de abril de 1970; “Tú no has muerto” en el número de la Revista de la UNAM de diciembre de 1971, o “La gota de agua y el caracol”, en un folleto de agosto de 1977 que salió durante la celebración de unas Jornadas de la Cultura Uruguaya en el Exilio. Pero las principales fuentes de su poesía son sin duda las hojas mimeografiadas, que continuaron imprimiéndose y circulando hasta 1988.
Sería de esperar que, como uno de los resultados de los loables esfuerzos para recordar a la poeta y pintora hechos recientemente en México y Uruguay por la familia Gabard Soust, Antonio Santos, Amanda de la Garza, Inés Trabal, Carlos Landeros, Cuauhtémoc Medina, Julio Dozal y otras personas, pronto sean accesibles los poemas y traducciones completos de Alcira. Para eso resulta indispensable reunir una colección de las hojas que creó, con admirable constancia, durante más de tres lustros. Algunas piezas se reproducen, con dibujos y manuscritos contemporáneos, en el excelente catálogo de la exposición Alcira Soust Scaffo. Escribir poesía ¿vivir dónde? (MUAC-UNAM, México, 2018, con edición electrónica de acceso libre) y otras en una página de Facebook con el nombre de la artista. Con el fin de contribuir a completar y ordenar ese corpus, se presentan a continuación 46 piezas, organizadas de manera cronológica excepto la primera y las dos últimas, que no se han podido fechar.
Xochitepec, Morelos, 23 de junio de 2020














































Fuentes
Adolfo Castañón, «Alcira Soust Scaffo. De la resistencia como una de las bellas artes», El Cultural, suplemento de La Razón, 6 de junio de 2020, pp. 8-10.
http://campoderelampagos.org/critica-y-reviews/10/9/2018
https://www.facebook.com/search/top/?q=alcira%20soust%20scaffo
Ignacio Bajter, «Alcira Soust Scaffo. La poeta de Bolaño», Tierra Adentro, núm. 176, junio-julio de 2012, pp. 70-77.
Esto es un regalo; lo guardaré como una joya. Gracias, Ángel.
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Impecable, Ángel. La lucha continúa.
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