Los patriarcas del Papigochi, por E. Brondo Whitt
En su fascinante El vértigo de las listas (2009), Umberto Eco presentó un muestrario de monumentos culturales derivados de la pasión por enumerar. Mediante ejemplos literarios, pictóricos, escultóricos y fotográficos, el escritor italiano hizo ahí evidente la satisfacción que siempre han procurado las listas a nuestras necesidades de comprensión y organización del mundo, por una parte, y a nuestro sentido del orden, por otra.
En realidad, todo lo enunciable puede caer en una lista, desde los números y palabras en tablas y diccionarios, hasta los nombres de los más variados objetos en catálogos de archivos, museos y tiendas, pasando por los de países, animales, plantas, piedras, personas y divinidades en directorios, almanaques, decretos, atlas, censos, enciclopedias, santorales… Una de las listas más accesibles es la de los ancestros, sucesores y demás parientes. Pero la memoria personal suele ser frágil y siempre se han requerido individuos memoriosos o genealogistas que compensen esa carencia.
Entre estos últimos se contó el médico regiomontano Encarnación Brondo Whitt (1877-1956) quien, avecindado durante largos años en Ciudad Guerrero, Chihuahua, registró la genealogía y parte de la historia de las familias de esa localidad, fundada en 1676 por los jesuitas Tomás de Guadalajara y José Tardá con el nombre de Misión de Nuestra Señora de la Concepción de Papigochi. Terminado de escribir a mediados o fines de los años cuarenta, el libro Los patriarcas del Papigochi fue publicado por Alberto Nava en Chihuahua y 1952.
Hijo de italiano y norteamericana, Brondo Whitt ejerció la profesión de médico. Pero también fue periodista y un escritor que podría ser considerado como precursor de los estudios académicos de historia oral impulsados en México por Eugenia Meyer y Alicia Olivera de Bonfil a partir de los años setenta, y también de la llamada microhistoria, en cuya obra emblemática entre nosotros, Pueblo en vilo (1968), Luis González recreó varios siglos de andanzas de los habitantes de su propio pueblo, San José de Gracia, Michoacán; dice en la introducción a Los patriarcas del Papigochi:
Ahora mi vida declina, y no quiero haber pasado por esta tierra en calidad de meteoro fugaz, sino que mi nombre perdure entre mis amigos y nuestros descendientes. Quise, en resumen, hacer un breve estudio de la gente con la que viví, con quien pasé en común las tristezas, los sobresaltos, las alegrías de la vida. Y en tal virtud, un día fui casa por casa, persona por persona, preguntando por la genealogía de cada quién. En aquella faena, hubo guasón que me contestara: “a mí nunca me ha gustado meterme en vidas ajenas”. Escribí cartas, practiqué averiguaciones (…) e hice obra que será aceptada con gusto por mis coterráneos, o así lo creo.
Brondo Whitt tenía buena pluma y sus propósitos estaban orientados por la cordialidad, por lo que no extraña que sus deseos se cumplieran, y no sólo en su propia generación y en la que siguió. A fines de los años setenta del pasado siglo, mi amigo Julio Dozal me contó que algunos de sus familiares provenientes de Ciudad Guerrero tenían Los patriarcas del Papigochi en un lugar privilegiado de sus casas. Me sorprendió esta revelación porque yo sabía que en parte de mi familia materna, de apellido Casavantes, sucedía algo parecido. Julio y yo, que habíamos leído secciones de la obra, somos biznietos de los contemporáneos de Brondo Whitt, por lo que resultaba notable que el libro continuara utilizándose para alimentar con sus datos e historias partes de nuestras identidades. Y si esto sucedía con dos avecindados en la Ciudad de México, puede suponerse que lo mismo ocurriría en muy diversos sitios (empezando, claro, por Ciudad Guerrero) con más individuos Dozal y Casavantes, y también Armenta, González, Herrera, Márquez, Mendoza, Orozco, Ponce, Rosas, Salazar, Villaurrutia, Zamarrón, entre otros con apellidos de la misma zona.
Además de ciertos rasgos físicos y de carácter, ¿qué nos une con nuestro clan consanguíneo? Es difícil saberlo, una vez rebasadas las ramas inmediatas verticales de abuelos, padre e hijos, y las horizontales de hermanos y primos. Pero no es posible negar el fenómeno que nos lleva a tener simpatía por personas que si no estuvieran relacionadas por esos lazos nos resultarían, en el mejor de los casos, indiferentes; para mí esto sucede, por ejemplo, con tres de los mencionados en Los patriarcas del Papigochi: el primer Casavantes de esta rama llegado a la Nueva España, quien supuestamente se vio obligado a dejar la Península por complicaciones derivadas de una pendencia amorosa; Abraham González Casavantes, cercano colaborador de Francisco I. Madero y asesinado cuando era gobernador de Chihuahua por órdenes del felón Victoriano Huerta, y Roberto Nichol Casavantes, quien sumado a las fuerzas escocesas murió joven a las orillas del Marne durante la Primera Guerra Mundial (alguna vez llegué a hospedarme, por cierto, en la casa de su amable hermana Clotilde en la capital del estado). También existen, claro, afinidades electivas, y de los integrantes de mi genealogía me siento cerca de mi bisabuelo Reinaldo Casavantes Márquez; sobre él escribe Brondo Whitt:
(…) mi amigo Don Reinaldo, cuyas noticias verbales forman por lo menos el 25 por 100 de esta obra (…) es un hombre muy inteligente; conocedor de Leyes, de las que ha sacado un buen jugo; hombre moderado, listo, astuto. Llevamos nuestra vida amigablemente, hablamos de árboles frutales, podas, regadíos y cosechas; nos prestamos pequeños servicios, porque los grandes no se han hecho necesarios (…) Don Reinaldo está viejo, flaco, prostático… Al describir su ruina, parece que hablo de la mía; vamos, pues, paralelos; pero él tiene una fibra extraordinaria y yo creo que todavía pudiera liarse a balazos con los apaches. De lejos en lejos platicamos y bebemos cerveza.
Además de los linajes y las descripciones de individuos que contiene, el libro de Brondo Whitt incorpora imágenes fotográficas de personas y lugares. En Iglesia de la Purísima Concepción, cuya imagen se reproduce en su portada, se casaron Reinaldo y María González, así como mis abuelos Magdalena Casavantes y Francisco Rendón. Me emociona pensar que algunas ceremonias oficiadas en ese pequeño templo marcan puntos cruciales de mi historia familiar.
Brondo Whitt, a quien se disputan amistosamente las comunidades culturales de los estados de Nuevo León y Chihuahua, escribió otras obras en las que, como en Los patriarcas del Papigochi, mezclaba el ensayo histórico con la autobiografía. Uno fue Nuevo León. Novela de costumbres (1896-1903); otro, Chihuahuenses y tapatíos (de Ciudad Guerrero a Guadalajara) y otro más La División del Norte (1914), por un testigo presencial, publicados en 1935, 1939 y 1940, respectivamente, por Editorial Lumen de México; el último, que tiene reediciones recientes, es importante fuente primaria para los historiadores de la fracción villista de la Revolución, en la que el autor alcanzó el grado de teniente coronel.
Xochitepec, Morelos, 12 de junio de 2020

Un médico regiomontano en la Revolución: Dr. Encarnación Brondo Whitt
https://archivoshistoricoschihuahua.wordpress.com/tag/encarnacion-brondo-whitt/
http://148.210.21.138/handle/20.500.11961/1599?show=full
https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/2546/2058
Querido Ángel. Espero que puedas incluir todas estas aportaciones en un libro hermoso, como los que sueles hacer y escribir, sobre un recorrido humano, histórico, de tu biblioteca. Gracias. Marina
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Me alegra leer elogios, muy merecidos, sobre nuestro querido Dr. Brondo.
Soy pariente de Carlos Rendon Casavantes, con quien lleve estrecha relación cuando venía a Cd. Guerrero en vacaciones.
Si quieres entablar relación epistolar contáctame en “pomologo@yahoo.com”.
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